Los caballos no hablan, pero nos dicen mucho. Cada movimiento, cada reacción y cada decisión que toman está cargada de significado. A veces respondemos a sus actitudes con enojo, otras con frustración, sin darnos cuenta de que lo que para nosotros parece “malo” o “caprichoso” para ellos puede ser una necesidad, una defensa o simplemente una respuesta natural. Para poder entenderlos —y evitar errores que puedan empeorar su vínculo con nosotros— es fundamental conocer cuatro conceptos clave: conducta, comportamiento, instinto y fobia.
¿Qué es conducta y qué es comportamiento?
Aunque a veces los usamos como sinónimos, no son lo mismo. La conducta es la forma esperada de reaccionar de un animal en situaciones determinadas. Incluye todo lo que hace para sentirse bien, protegerse, reproducirse y sobrevivir. Algunas conductas son innatas, otras se aprenden con el tiempo o se ven influidas por el ambiente y el trato recibido. Incluso dentro de la misma especie, las conductas pueden variar según la raza o la historia de vida de cada animal.
Podemos encontrar caballos con conductas más agresivas (impulsivos, ansiosos, con tendencia a liderar), más pasivas (tranquilos, tímidos, poco dispuestos) o más asertivas (colaboradores, alegres, confiados). Ninguna es “mejor” que la otra, simplemente reflejan cómo es cada individuo y cómo se adapta a su entorno.
Por otro lado, el comportamiento es el conjunto total de esas conductas. Es decir, cómo todas esas pequeñas acciones y decisiones se integran en la forma de ser general del caballo. Su comportamiento no solo depende de su personalidad, sino también de factores como el ambiente, la edad, la salud y hasta la genética.
Un caballo joven, por ejemplo, tenderá a ser más activo y curioso que uno viejo o enfermo. Un caballo que creció observando a su madre enfrentarse con miedo a ciertas situaciones probablemente también reaccione con temor ante ellas. Y, algo muy importante: lo que para nosotros es “buen” o “mal” comportamiento muchas veces solo refleja su necesidad de defenderse o protegerse. Golpear a un caballo porque manotea cuando siente dolor no es la solución: para él, su reacción es completamente lógica.
Dato clave: lo que llamamos “mala conducta” muchas veces es simplemente una respuesta natural de defensa. Castigar no siempre corrige; a veces empeora.
Instinto y fobia: cuando las reacciones son más fuertes que la voluntad
El instinto es una motivación interna, un impulso que viene “desde adentro” y que empuja al caballo a actuar sin necesidad de pensar o razonar. Los dos instintos más fuertes en los animales son el de alimentarse y el de reproducirse. Cuando un caballo siente hambre o sed, esas necesidades priman sobre todo lo demás. Incluso pueden bloquear otros impulsos, como el de reproducirse: la naturaleza prioriza la supervivencia.
Por eso, usar comida y agua como estímulo positivo es una de las herramientas más efectivas para enseñar y reforzar comportamientos. Al revés, intentar “luchar” contra estos instintos con castigos o tironeos suele ser inútil. Ningún grito ni látigo logra anular un instinto tan poderoso.
La fobia, en cambio, es otra historia. Se trata de un miedo irracional y descontrolado, una reacción extrema frente a algo que no representa un peligro real. Hay caballos que tienen fobia al agua, a los tráileres, a los perros, a las tormentas o incluso a situaciones que nunca vivieron. Estas fobias pueden deberse a experiencias traumáticas directas, a aprendizajes indirectos (por ejemplo, ver a su madre asustada frente a algo) o a predisposiciones genéticas.
Un caballo que nunca entró a un tráiler puede resistirse porque siente miedo. Pero si en ese momento se lo forza con violencia, el estrés puede dejar una huella y convertir ese miedo inicial en una fobia duradera. Por eso es clave entender que no siempre se trata de “desobediencia”: a veces, su mente simplemente no puede con el terror que siente.
Recuerdo una anécdota en Junín de los Andes, cuando me pidieron ayudar a unas mulas que debían pasar sobre una boca de tormenta en un desfile. No había grito ni castigo capaz de convencerlas: su instinto les decía que ese lugar no era seguro. Y tenían razón. Su instinto de preservación era más fuerte que cualquier orden humana.
Entender estas diferencias es el primer paso para ser mejores guías de nuestros caballos. No se trata solo de enseñarlos a obedecer, sino de aprender a escucharlos. Porque, al final, no domamos cuerpos: acompañamos mentes y emociones.